“La memoria en las personas, al igual que ocurre con el amor y la libertad, se gasta de no usarla”

Días atrás tuve la fortuna de compartir una agradable conversación con tres buenos amigos, esos que logran que un descubridor de historias como yo pueda sentirse en paz aunque tan solo sea un rato, mientras nos contamos experiencias propias de vida. Resulta curioso y gratificante al mismo tiempo, escuchar cómo han sido capaces de lograr superar parte de la ignorancia que todos llevamos sobre nosotros a la hora de vivir y como una persona comienza a sentirse libre cuando tiene la confianza necesaria para compartir lo que siente.

Amigos que han formado y forman parte de un pasado, un presente y quién sabe si un futuro. Durante cuánto tiempo, durante cuantos momentos, ¿qué importa? si sé que nuestras conversaciones, nuestros silencios para poder escuchar, nuestras sonrisas y abrazos serán mantenidos para siempre bajo ese valor llamado amistad.

Días más tarde, mientras desayunaba con mis hijos Eva y Rafael, observaba en ellos los efectos de cómo la sociedad actual se empecina en adoctrinar a las personas, a una sola manera de vivir, en una díscola forma de tener que construir todo los que les rodea en una vida donde sólo los «superhéroes» pueden sentirse ganadores.

Hace tiempo aprendí cómo el simple hecho de poder disfrutar de una vida consciente ya nos debe suponer sentirnos como héroes. No necesitamos sentir que debemos añadir ese “super” para entender que la vida es un juego, eso si, con muchas de las cartas que tenemos que jugar ya marcadas.

Quizás, si todos aprendiéramos a retirar  esa presión extra que nos hace querer ser “super”,  podríamos ver como resulta más sencillo encontrar respuestas definitivas que necesitamos para vivir en perspectivas más cercanas y naturales del ser humano.

Quizás, seria la mejor de manera para dejar pasar esas respuestas difusas que poco o nada aportan a la vida de cada uno de nosotros.

Quizás, como hacían mis amigos y mis hijos, en dos escenarios diferentes y cada uno de ellos desde sus experiencias y realidades actuales, serian capaces de continuar construyendo sueños para más tarde tener que esconderlos en unas rendijas personales, esconder parte de sus escepticismo y su miedo, para terminar transformándolos en renuncias y en secretos, que los llevaran a cebar esos momentos de angustia cada vez más presentes en la vida de cada persona … Ansiedad de control, envidia y rencor cotidiano.

Cuando somos educados para un mundo de “superhéroes”, toda esa carga de expectativas mentales las asociamos al valor de la esperanza y hacemos que se introduzca en nuestro interior como cualquier otro parásito capaz de vivir en simbiosis con el corazón humano. Es entonces cuando, sin saber por qué, transformamos ese valor en un hecho cruel ya que permitimos atarnos, atraparnos a un estilo de vida en el que ignoramos cómo el hecho de empatizar con nuestro entorno es una fuerza mecánica desprovista de esencia y sinceridad.

Cada día que pasa en mi vida tengo más claro y nítido entender cómo hablar no sirve para nada…

Es tarea ardua ser capaces de comprender el autentico significado que tiene el valor de la esperanza, porque éste ya nos viene marcado desde la imposición de un único pensamiento social, y como si esto no fuese ya suficiente, nos suman dos valores más para hacer que esos momentos de incertidumbre y desigualdad que también forman parte del juego de la vida, no logren paralizarnos del todo. Porque, si todos se paralizan de golpe, ¿de qué se sustentarían y enriquecerían todas esas personas que manejan la existencia de aquellos que aspiran a ser “superhéroes”?

El honor, asociado a la decencia, son los otros dos valores que forman los ingredientes de la mezcla necesaria para lograr ser “super”, y entran en juego para meternos de lleno en una serie de responsabilidades que nos alejan de esa desnudez y profundidad con la cual nacemos y venimos a este mundo a vivir.

Sólo los niños, en sus primeros años, son capaces de compartir con los adultos esa sencillez, hasta que  la sociedad por su permanente ansia de transformación y mejora, termina con ella.

De eso trata el honor que nos enseñan, de hacer que las cosas ocurran según unos parámetros de juego ya marcados por unos pocos. Para lograr sus objetivos lo asocian a simbologías fáciles de reconocer (banderas, himnos, religiones, educación…) y  hacen muy complicado poder escapar de todo lo que ese entorno supone ,ya que envuelve la realidad de cada uno de nosotros.

Justo en ese momento, los que menos, logran  que su cerebro y su corazón guarden, como si fuera una alacena personal, todo aquello que piensan y sienten, mientras paralelamente escuchan de otras personas, como lo importante es alimentar el cuerpo e ignorar su alma.

«El honor fue diseñado para mantener viva la esperanza y así retroalimentarse el uno al otro».

Y si todo lo anteriormente expuesto no fuera ya una carga excesiva para nuestro corazón, llega la decencia para condenarnos a unos deberes que llegaran a representar la persona que han diseñado para cada uno de nosotros, sin importar cuál es la voluntad ni el código de valores que permanece en el ADN de nuestro espíritu. Una decencia donde el objetivo es salvaguardar a las personas del riesgo de convertirse en juguetes de una frívolas manos, obviando el frío, la soledad y los adornos que acompañan al concepto de los «super».

Con el tiempo, los códigos para los que habían nacido estos tres valores, han  mutado por una interpretación errónea donde la exigencia de la virtud y la honestidad han sido impuestas, mucho más si has tenido la fortuna de nacer mujer.

Valores que han sido adaptados para hacer que el grado de superioridad prevalezca ante esa sencillez e igualdad con la que nacemos todos y haga que cualquier sufrimiento que podamos vivir a lo largo de nuestra existencia, siempre obtenga como respuesta la frívola estructura de normas ya escrita para tener claro a qué atenerse si sales de ese tablero social. Castidad manida basada en unos preceptos hechos religión para que la imposición tenga una base de referencia para todos los que defienden la libertad de expresión, desconociendo la importancia de trabajar un pensamiento reflexivo.

«Hay que tener un amor inmenso hacia esta sociedad para soportar su hambre de moralidad y valores«.

Al menos, en la sencillez que mi esencia ha logrado alcanzar, siento como estos valores: esperanza, honor y decencia, cuando están sustentadas desde el valor del amor, no siento la necesidad de huir de cualquier relación hermosa que pueda compartir con personas con las que decido tener una relación interna.

Ser amado no es un derecho, de igual manera, debemos saber como un Superheroe no es aquel que más ama, tampoco es aquel que es capaz de generar más esperanza, tampoco es aquel que es capaz de morir por honor.

Desde todo lo aprendido por mi, en este milagro que significa la vida, un “super” es toda aquella persona que aprende a no ser nadie. Sin más, sin menos.

Gracias.

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