«Lo que uno no hace lo hace su espíritu»

Dicen los que dicen como la persona que vive es capaz de encontrar un destino, aunque no sea el suyo. Muchos incluso son capaces de hallar en su caminar todo aquello que no es para ellos o, en el mejor de los casos, experiencias que no tendrán ninguna utilidad en sus vidas.

Sí amigos, caminar para una persona debe ser tan natural como respirar. Entonces, visto desde esta premisa, resulta evidente como toda persona que deja de respirar muere. De igual manera, toda persona que deja de caminar y, de pensar, también termina muriendo.

Este hecho lo saben muy bien las personas que, con el trascurrir de la vida, dejan de ser niños. Esos adultos que dejan de caminar porque dicen desconocer que camino han de tomar. Como si el hecho de no tener definido un camino fuera suficiente excusa para no andar por la vida. Como si el ejercicio que nos aporta caminar no fuera ya un motivo suficiente para hacerlo y disfrutarlo.

Cuesta entender a esas personas que se matriculan en gimnasios y/o que realizan dietas, a la misma vez que dejan de caminar en su vida ralentizando todos los demás procesos naturales con su actitud. Una vida que se nos ha ofrecido como un regalo maravilloso hemos de saber disfrutarla, sabiendo sentir cada paso dado. Sin la necesidad de hacer distinciones entre lo racional, lo emocional o lo espiritual en nuestro caminar.

Días atrás caminaba mientras hablaba. Sí, hablaba mientras caminaba como siempre lo hago, a solas.

Caminaba con respeto, valorando con amor cada pensamiento surgido de emociones tan vivas en mi interior que, en ocasiones, me cuesta transformar en palabras, historias o relatos que sean «entendibles» para esas personas con las que coincido en esta vida. Sin importarme si se encuentran en el centro de mi camino, a los lados o incluso en las cunetas de él.

¡Que importancia tiene el lugar que ocupan! Ninguna.

Mientras camino lanzo palabras al viento, busco un sentido que ofrecerle al valor que supone tener fe del sentimiento llamado Navidad. Doy pasos observando a mi alrededor todo lo que la vida hace fluir, como esos actos de conciencia que se asemejan al oxigeno que nuestras células necesitan para desarrollarse. Cada paso dado facilita en mi poder sacar de mi interior la pregunta, esa misma que no deja de dar vueltas en mi alma, en mi cerebro y en mi corazón. Es tal la necesidad que tiene por nacer que su propia potencia hace que la soledad del momento sea capaz de actuar como eco para retumbar y expandir el milagro que guarda dicho sentimiento.

¿Para qué sirve la Navidad?

He descubierto, no sin vivir cierto dolor emocional, como el sentimiento de la Navidad es capaz de evolucionar al mismo ritmo que las personas: con el peso de los años vividos, con las anécdotas vividas, con las experiencias compartidas, con las personas conocidas, con el mismo porcentaje de pasado que de presente y sin una necesidad de futuro que ese instante no tiene sentido, menos aún en una noche tan especial como la que hoy vivimos. Noche de caminos para unos, paradas para otros y fondas para otros muchos que no son capaces, que no disponen de las fuerzas necesarias para volver a comenzar de nuevo, a caminar, a respirar. Ni siquiera en Navidad.

Vuelvo a preguntarme…

¿Para qué sirve la Navidad?

Para todo aquello que cada cual quiera vivir con amor.

Esa respuesta lleva a realizarme una nueva pregunta…

¿Para qué existe la Navidad?

Existe para recordarnos cada año, simbolizado en el nacimiento de ese niño hebreo, como cada uno de nosotros debemos darnos la oportunidad de volver a nacer, cada Navidad, como él. Para tener presente como la luz de este día es la misma que deberíamos saber vivir los demás días de nuestra vida. Para saber que todos nos movemos por emociones, sentimientos y valores y que no todos debemos poseer un mismo valor o interés por una fe, una religión, un modelo de educación o una manera única de caminar.

La Navidad existe para no olvidar el niño que fuimos, porque naciendo de nuevo, cada año, podemos ser capaces de ver para que caminamos, para qué respiramos y para que amamos.

No tengas miedo a ser lo que realmente quieres ser, no temas volver a decir en voz alta que hoy has vuelto a nacer de nuevo con el fin de poder amar, caminar, respirar y vivir. En este instante, cada uno de nosotros somos ese niño cuyos testimonios fueron construidos desde amor y los hombres, con el paso de los siglos, han terminado por transformarlo en miedo.

No permitamos que sus miedos hagan de nuestra Navidad hechos que perder y sí que su amor, el mismo que alumbró su estrella, nos haga vivir la auténtica Navidad.

Una Navidad ! Viva!

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