«El amor se riega todos los días»

 

Erase una vez un actor que vivía interpretando el papel principal en su particular obra de teatro. Transcurrían las funciones y entre una y otra, el mismo papel, el mismo intérprete con distintos atrezzos y guiones, dependiendo en todo momento del público que asistiera a la función.

 

¡Qué suerte!

 

Un actor versátil, adaptable a un público variado, a veces sincero, a veces hipócrita y otras veces sumergido en la falacia del intérprete astuto.

La baratería, el embaucamiento, el artificio de su interior fueron «cualidades» suficientes para que una parte de ese público aplaudiera sin cesar cada vez que acababa la función. Muchos años en cartel, éxitos rotundos y el público… ¡en pie!


Pero lentamente la certeza, la creencia y el convencimiento de aquellos que ocupaban el teatro se transformó en persuasión, desconfianza e indiferencia y la evidencia tuvo su papel en aquel guión.

Fueron quedando butacas vacías, pocas ventas de localidades…

 

¿Qué hacer?

 

Se desplomó en el abismo la máscara del actor y se divisaron en escenografía aquellos rasgos verdaderos de impiedad, de ferocidad y de la inhumanidad que raya la terrible locura interior.

 

De esta manera el éxito se transforma lentamente en el más rotundo de los fracasos y a pesar de las voces desmedidas para captar la atención del poco público que queda, a pesar de intentar armonizar esfuerzos para que ningún espectador contemple ese rictus de soberbia y altanería solapado de su enorme sonrisa amarga, a pesar de enmascarar la maldad entre bambalinas, este guión comienza a desmoronarse.

 

Moraleja:

«Antes o después caerá el telón y la función acabará definitivamente»

 

Lourdes Ortega

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