«… Que cada uno cumpla con su propio destino»
Semanas atrás quise sentarme para escribir pero las emociones que sentía me hicieron reflexionar y pensar que lo más conveniente sería permitir que pasaran los días.
Era conocedor de que si lo escribía, justo en ese momento, podía resultar un artículo bastante doloroso y triste y, siempre he procurado que tanto lo escrito por mis amigos como lo escrito por mí resultara constructivo y positivo para cada uno de los lectores de este blog.
Existe ese momento donde sientes como valores y actitudes de personas que has sentido muy cercanas a ti, se derrumban de igual manera a como un seísmo de grado 7 es capaz de destruir ciudades enteras. Y entonces, tras esos primeros minutos de desconcierto y mucho miedo, mientras percibes como la tierra deja de temblar bajo tus pies, los ojos de la persona que lo ha vivido «in situ» comienzan a buscar puntos de referencia desde los que comenzar a comprender que ha podido pasar y por qué.
Es cuando descubres cuanto dolor puede llegar a producirte las decisiones tomadas por estas personas. Decisiones alejadas de valores que veías en ellas y comienzas a comprender que nada, en esta vida, se produce por casualidad. Lloré por sentir y extrañar momentos vividos y confidencias compartidas que ya nunca más volverían, lloré por querer encontrar una respuesta al ¿por qué?,
Lloré porque necesitaba encontrar sentido a lo que ocurría, lloré por mí y por la persona que, sin ningún sentido, y sólo por agrandar el dolor que pudiera hacerme sentir la situación, habían involucrado en este sin sentido. Esa noche, acompañado por la oscuridad que ofrecía una luna menguante, vacié mi cuerpo de lágrimas y esperé a ese nuevo amanecer que, a buen seguro, lograría secar mis lágrimas y dormir mi dolor.
Y así fue, al día siguiente logré regresar a mi presente y comencé a tomar las decisiones necesarias para lograr desenredar ese lugar donde esas personas, posiblemente por desconocimiento o inmadurez, me habían querido colocar. Así fue como inicié mi camino para demostrar, de manera pública, algo que mi voz interior ya me decía, porque detrás «del jugar o no jugar» en esta vida se esconde algo mucho más delicado y vital: la necesidad de ser inocente. Necesario para mí, necesario para mis seres queridos y también para una sociedad que aboga por descatalogar este término ya que a todo, absolutamente a todo, se le coloca un precio hoy en día.
Para mí la inocencia significa ausencia de malicia, significa vestir el valor de la honestidad, significa poder mirar a los ojos de esas personas las cuales, cargadas de dudas, miedos, explicaciones o puntos de vista distintos, sentimientos enrevesados y valores «aturdidos» habían provocado una situación tan dañina para todos. Así es, en esta situación no solo perdía yo, todos perdemos porque todos hemos formado parte de este juego.
Mientras escribo estas palabras, tomo consciencia de estos últimos dos meses vividos y agradezco todo el aprendizaje que me ha aportado y el amor que me ha producido el conocer a esas otras personas que me han ayudado en todo este nuevo caminar. Porque en eso radica la inocencia, en amar por amar y desde ahí poder nutrirse de todo lo demás. Ser inocente consiste en saber vestir, en vida, el esmoquin de esa otra vida que a todos nos aguarda.
Esta experiencia me ha ofrecido la posibilidad de enriquecer mis conocimientos sobre valores que tenía poco definidos para mi y para mi propia supervivencia, me ha abierto nuevas fórmulas para entender la comunicación entre las personas. Me ha ayudado para abrirme un camino personal nuevo, que ha logrado abrir nuevas expectativas a mi vida, desde las cuales me he divertido y jugado a disgregar la palabra INO-CENCIA.
Y ahí estaba mi gran amigo para enseñarme, para mostrarme como con las palabras también podemos jugar y descubrir ¡oh maravilla! Después de tanto dolor sentido, me quedo con el aprendizaje que toda esta experiencia me ha ofrecido y hoy quiero compartir contigo lo aprendido, porque puede ser que hayas vivido situaciones parecidas o puedas vivirlas en un futuro. He aprendido que siempre pueden resultar más cómodas saber gestionarlas desde una nueva perspectiva.
Juguemos con la palabra Inocencia, como recomienda mi buen amigo J.J.Benitez y separemos las palabras para identificar su significado:
Así, la I, aparece como la «Ingenuidad», la autenticidad expuesta a cuerpo descubierto. Tal como soy.
La N, asociada a la «Nobleza», con los sentimientos por encima de lo normal, habitando los barrios de la generosidad.
La O, abriendo nuevos objetivos desde el centro de la misma vocal, sabiendo amarme para el desarme del «Olvido», aprendiendo a resetear mi memoria para un continuo «no existe», «no recuerdo»… para cuando vuelva a coincidir con esas personas.
La C, de «Curiosidad», porque ser inocente conlleva ser curioso para continuar convirtiéndome en adicto del saber, una maravillosa condena a seguir bebiendo conocimiento.
La E, de «Espontaneidad» porque así me siento en estos momentos de mi vida lleno de vida y movimientos propios, sin los pesticidas de la hipocresía que acompaña a otras personas.
La segunda N, mi amada consonante que me lleva hacia ese «Niño» que me alumbra dentro de mí, que me hace sobrevivir a tantas cosas y motivos incompresibles. Hace tiempo aprendí que mi alma, en lugar de sumar, resta cumpleaños, me aleja de la mediocridad y alumbran mis ojos de esas otras cosas que otros ignoran o desprecian.
La segunda I, se eleva para enriquecer mi «Intuición» y convertirme en mago. ¿Sabes? todo lo aprendido por mí me está facilitando sentir lo que los demás saben. No existe nada más hermoso que convertir esa intuición en confidente y poder así darle sentido a tantos hilos cargados de sentimientos.
Por último, pero no menos importante, la A, transformada en espejo muestra el «Asombro». Esto me facilita poder nacer cada día y disfrutar del asombro del ahora, del ayer y hasta de ese momento donde ya nada puede llegar a asombrarme.
Dividir estas consonantes y vocales para definir su autenticidad, puede convertir a la inocencia en enemigo público número uno para todos esos «ladrones de oxigeno» que conviven cerca de nosotros.
Llegados hasta este momento del artículo, jugando con mis propias palabras, quiero hacerme una pregunta a mí mismo,
¿Para qué sirve la inocencia?
Curioso como yo mismo me respondo a esta pregunta… hay cosas que «son» y cosas que «sirven».
Recibe un millón de besos de este niño que ha aprendido a amar por inercia, a jugar por necesidad y a confiar por naturaleza, sin máscaras ni recámara.
«Ese momento… que así como viene se va»
Adolfo López
Escritor&Coach