«Querer a la vida a pesar de que esta es injusta, tacaña y austera».
(Homero)
Permíte que insista estimado lector:
No existe nada más placentero para mí que poder disfrutar de la libertad para escribir, para de esta manera, compartir contigo esas experiencias y vivencias que forman parte integral de mi ser hoy en día.
Como padres que somos muchos de nosotros, a ninguno nos gustaría escuchar, sentir e incluso ver como uno de nuestros hijos comparte contigo, conmigo, esa sensación de apatía, frustración, ansiedad, dudas y excesivos miedos que acompañan a nuestros hijos, principalmente en su etapa infantil, que entrenan y preparan a los cercanos adolescentes y terminan por facilitar la actual sociedad de adultos.
Años atrás escuchaba en boca de mis padres frases del tipo » quiero para ti lo que yo no tuve», «todo lo que hago lo hago por tu bien», » te estoy dando lo mejor de lo mejor»… Y así nació, creció y desarrollo su personalidad gran parte de los padres que hoy en día forman parte de mi mismo ciclo de vida. Fuimos engendrados y dados a luz sobre unas expectativas tan concretas y alejadas de las vivencias reales de nuestros padres que, sin ellos saberlo, comenzaron un nuevo ciclo de vida, educaron a nuevas personas con nuevos valores que en nada se asemejaban a su realidad.
A esos padres nuestros y a los actuales padres les pediría, en este momento, que abrieran sus ojos y me dijeran que es lo que ven. A esos padres de antes, si han sido capaces de cubrir las expectativas que imaginaron para hacer todo lo que hicieron y a los actuales padres que más necesitamos hacer para lograr la felicidad de nuestros hijos.
¡Atención!
Lo que voy a compartir contigo no significa que lo contrario de la felicidad sea la infelicidad.
¡NO!
Hace ya tiempo leía como es mucho más sensato enseñar a nuestros hijos a superar las frustraciones inevitables que tendrán que vivir, porque si, porque existen realmente y son parte de la vida, que hacerles creer en la posibilidad de un mundo donde no existen, donde apenas se viven con ellas, las frustraciones.
¿Qué ocurre?
Pues que nuestros padres no tuvieron muy presente esta posibilidad y llenaron nuestra vida infantil, en mayor o menor medida durante la etapa de adolescentes y parte de nuestras vidas como adultos de un mundo irreal. Al menos ni a mí, ni a los amigos que yo conozco desde mi infancia, a ninguno nuestros padres nos explicaron que la vida es lo suficientemente compleja, abrumadora y exigente como para saber que la alegría no es eterna, ni se encuentra en todos nuestros escenarios de vida. Si, así es, ni siquiera en nuestra etapa infantil somos capaces de alcanzar la felicidad plena. Se pueden vivir momentos de felicidad, si, diez minutos, quince o veinte pero terminan por apagarse de igual manera a como llegaron. Nosotros tampoco lo estamos haciendo con nuestros hijos.
Cuando miro a mi alrededor veo como estoy rodeado de padres, madres y educadores con unas cargas de modernidad tan falta, en muchas ocasiones, de sentido común que estoy empezando a pensar que la barbarie, basada en la ocultación de las realidades que conlleva la propia vida, está llevando a estos niños hacia una vida demasiada dulce, acaramelada, buenista y alejada de la más cruda de las realidades. Estamos repitiendo en ellos lo mismo que, en muchos casos, hicieron con nosotros cuando eramos niños.
Para lograr su felicidad hoy contamos con herramientas más poderosas y efectivas que aquellas de las que disponían nuestros padres. Armas repletas de nuevas tecnologías, adaptadas cada vez más para niños de menos años y menor desarrollo personal, regalos por cualquier motivo ante el más mínimo esfuerzo realizado, grandes posibilidades de viajar a lugares donde muchos adultos aún sueñan con llegar. Toda la felicidad actual se entiende más como un recorte de aspiraciones, de poder alcanzarlo todo lo que deseas y desean, que de esa valentía y coraje necesarios para saber convivir con la realidad de la vida que nos rodea.
Permite que lo comparta contigo una vez más:
Al igual que nuestros padres hicieron, desde el hecho de ofrecernos todo lo posible y algo más, el que fuéramos felices, nosotros como padres buscamos lograr alejar a la infelicidad de nuestros hijos. Para lograrlo hemos llenado nuestro mundo de ilusiones y pequeñas, medianas y hasta grandes «mentirijillas». Todo por su felicidad y la nuestra pero…
¿Dónde hemos dejado aparcada la realidad?
¿La realidad de ese día a día que nos acompaña a los adultos y que será, casi segura, la que ellos tengan en ese futuro cada vez más próximo?
Hablemos claro, procuremos que nuestros hijos no sean infelices y a partir de ahí compartamos con ellos la realidad de la vida. Una realidad que aleje de ellos la fragilidad emocional y los excesos caprichosos que inundan en demasiadas ocasiones su vida. No te lleves a engaños del tipo sed feliz, práctica al máximo la inteligencia emocional y te podrás estar garantizando un futuro personal y profesional más prospero. Ojalá fuera cierto.
Pero no lo es, porque la actual, la futura sociedad de nuestros hijos no está ni tiene previsión de estar preparadas para estos parámetros de realidad. Y lo digo porque ni el modelo educativo que están desarrollando ni los puestos de trabajo a cubrir se trabajan en dichos ámbitos. Las escuelas, las empresas y la propia sociedad continúa valorando lo que es real para ellos, para las necesidades que necesitan cubrir, desde sus perspectivas de negocio y personas.
Para ello continúan valorando lo que sabemos hacer y lo que nuestros hijos serán capaces de hacer antes que los grados de felicidad, comunicación y empatía que seamos y sepan desarrollar. Porque ni hoy ni mañana sabremos valorar si el técnico que debe reparar la caldera es feliz, nos importa que tengan los conocimientos necesarios para solucionar, lo más rápido posible, nuestro problema. Y como este ejemplo otras muchas profesiones, médicos, docentes, limpiadores, transportistas, informáticos y un largo etcétera de profesionales.
Seamos realistas, la escuela perfecta no existe, las modernidades pedagógicas se nos venden sin un por qué y un para qué definido entre padres, niños y educadores. Porque al final los medios empleados deben justificar las estadísticas que todos quieren escuchar: notas, resultados, disciplina y actitudes sesgadas por intereses demasiados comerciales y sociales.
Perdona mi crueldad o la realidad, pero tenemos exceso de escuelas «progres» para tantos niños pobres que sueñan con lograr ser como esos deportistas semidioses que tantos nos muestran, ocultando para lograrlo su verdadero objetivo. Alejarse, lo más posible, de su realidad, la que viven en su día a día. Padres demasiado cansados que apenas los escuchan, docentes hastiados de una educación para la que no se sienten con la confianza y autoestima necesaria para llevarla a buen puerto, amigos que se preocupan más de repetirse aquello que no tienen los otros que de compartir lo mucho o poco que poseen, compañeros de clase que compiten entre si cinco o seis horas al día como si, en muchos casos, no existiera un mañana.
Date un respiro y realízate sólo dos pregunta:
¿Cómo piensas que estás actuando como padre o madre que eres y soy?
¿Piensas que estamos siendo demasiado flexibles con nuestros hijos?
Soy de los que piensan que estamos tan fuera de la situación y perplejos por la realidad que nos ha tocado vivir que no siempre somos capaces de diferenciar lo mejor, ni para ellos ni para nosotros mismos. Estamos tan interesados en aparentar lo maravillosos que somos que nos despreocupamos de lo realmente importante, la realidad y el significado de la vida.
La misma realidad que debe hacernos entender que ni nosotros ni nuestros padres somos y fueron perfectos, porque el convertirte en adulto no significa saberlo todo y si más bien saber aceptar las imperfecciones de nuestro entorno y saber convivir con ellas. Saber que mañana no tenemos nada garantizado y que dependerá, en gran medida, de la actitud, el compromiso y el esfuerzo que estemos dispuestos a poner en juego para lograrlo. Y por supuesto, no podemos olvidarnos de ese 20% de suerte o influencia que no depende de nosotros y si de nuestro entorno más cercano. Porque al fin y al cabo, todo forma parte de la realidad de la vida.
Por último cuídate de las personas que han hecho de la felicidad una idiologia, una filosofía anexa a un contrato mercantil que sólo reporta beneficios a unos pocos y muchos quebraderos y futuras terapias a la gran mayoría de los que participan de sus eventos. Nada es gratis en la vida, ni tan siquiera esa felicidad de la que hablan.
Desde la realidad que observo prefiero escoger a esos niños, adolescentes y adultos que se decantan por aportar ese granito de arena de «buenas personas», felices en algunos momentos y realistas cuando se es necesario. Y siempre con el sentido común como órgano generador de la energía necesaria para saber que mi realidad, mi vida, no es tan diferente a como un día mis padres me la dibujaron desde su realidad. Al menos, el dibujo, resultó hermoso.
Adolfo López
Escritor&Coach