«El conformismo es el carcelero de la libertad y enemigo del crecimiento»
(Jonh F. Kennedy)
El liderazgo es el proceso de realización de un grupo de personas, convirtiéndolo en un equipo que genera resultados. Es la capacidad para motivar e influir en los miembros del equipo, de una manera ética y positiva de contribuir voluntariamente y con entusiasmo para lograr los objetivos del equipo y la organización.
Y podrás preguntarte, y esto…
¿A qué viene?
Cada día percibo de manera más acuciante como las prisas, las carreras y el desear hacer las cosas de manera rápida, forman parte de esta acuciante sociedad donde los rápidos resultados son exigibles en todo momento. Los adultos, en demasiadas ocasiones, nos quejamos de como los niños, nuestros propios hijos, viven su vida de manera tan rápida como muchos de los videojuegos con los que habitualmente juegan. Pues resulta que nosotros, muchas veces, nos marcamos ese mismo ritmo, esa misma velocidad.
Lo sé, te estás preguntando. Y esto…
¿A qué viene?
Vale, no me enrollo más y entro en materia.
Esta pasada semana he podido comprobar como una empresa de más de setenta empleados y con unos dos mil trecientos clientes fijos anuales, tiene prisa por construir un proyecto sin líderes definidos que marquen los «tempos». Tanta prisa tienen por no perder eso que otros llaman el tren de la «modernidad», que no son conscientes de cuantos clientes, empleados y vagones están perdiendo por el camino. Y claro, si pierdes clientes, empleados y vagones… ¿qué tren queda?
Te pongo un ejemplo, mi familia dispone de un pequeño negocio familiar que está dedicado cien por cien a ofrecer servicio al cliente. Imaginemos que entra un cliente por la puerta de este negocio y mis compañeros lo atienden con recelo, a la defensiva, preguntándose a que ha venido a nuestro establecimiento y cuales son sus objetivos exactos. Imagina que prejuzgamos las intenciones de cada cliente que entra por la puerta.
¿Piensas que estamos buscando una empatía y sintonia con ese cliente?
¿Piensas que nuestro cliente se va a sentir con la libertad de expresarnos sus inquietudes?
Supongamos que topamos con unos clientes que son por partes iguales locos y valientes, a la misma vez. Ambos comparten con la dirección de mi empresa unas inquietudes que han apreciado en la manera de como realizamos y ejecutamos algunos de nuestros servicios y, además, lo hacen buscando nuestro propio crecimiento como profesionales.
¿Cómo pensáis que puede reaccionar la dirección de mi empresa familiar?
¿Les agradecería su sinceridad y ganas de colaboración?
Analicemos las reacciones a esta especial manera de compartir. Lo primero que hace la dirección es informarse ella, a solas, sobre el interés o quejas que estos clientes pueden tener para disponer, con el privilegio del tiempo, y poder decidir como digerir y luego transferir dicha información en pro de sus propios intereses. Lo segundo, atribuir muchas de las causas que están provocando dichas anomalías en el servicio a la propia actitud de los clientes que tienen y con los que trabajan en su empresa. Por último, excusan los anacronismos de sus propios servicios en base a las nuevas metodologías de trabajo y a la escasa formación y tiempo que han tenido para ponerla en funcionamiento.
Imagina que la dirección de mi empresa familiar, comparte con sus clientes que están trabajando muy duro para hacer, de sus empleados, un equipo que reme en pos de la consecución de unos objetivos claros y definidos y que necesitan tiempo y mayor aprendizaje para ello. En esta situación hasta yo, con lo extrovertido que soy para algunas de mis perspectivas, lo veo razonable.
¿Sabéis que pasa? Que todo estas circunstancias, entre adultos, se puede digerir y planificar de una manera más o menos tolerable respecto a la calidad y el tiempo de desarrollo. El problema surge cuando dejamos de hablar de esta pequeña empresa familiar y nos trasladamos a una empresa llamada… ESCUELA.
El escenario es diferente, y la realidad que se vive también. Porque claro, cuando algo no funciona de la manera más correcta los perjudicados son los niños y adolescentes de esa escuela. Y cuando una mecha arde se provoca un incendio y entonces se necesita más tiempo para apagar las llamas que para preocuparse de analizar y buscar soluciones a la raíz del problema. Porque es más sencillo analizar el resultado del problema que averiguar como se ha llegado hasta el mismo. Curiosamente casi siempre el resultado del problema da como protagonistas a los niños y adolescentes. Claro, para ellos ya existen una serie de sanciones predeterminas que alivien esas muestras de controversia, mientras planificar una sanción para un adulto, que además se le supone profesional en la educación, puede resultar hasta desagradable para todos. Que conste que no excuso ciertas actitudes y sanciones a niños o adolescentes merecedoras de ellas por sus acciones, solo hago reseña a lo que resulta más fácil a la hora de acometer «ciertas búsquedas de soluciones».
Y aquí nos encontramos, mientras la dirección de esta escuela trabaja y dedica sus esfuerzos por montarse en un tren moderno a toda marcha y con toda la prisa del momento, preocupados por hacer «equipo», los empleados (docentes) se asoman a las ventanas de dicho tren, unos para contemplar el paisaje con toda tranquilidad mientras esperan que el tren pare su marcha, se detenga antes de lograr su nueva ruta, otros arriman leña a la caldera para ver si, a mayor velocidad, su desarrollo profesional avanza tan rápido como el mismo tren. Otros empleados, un grupo menor en número, se les ve aburridos, hastiados de observar como ese tren y a esa velocidad nunca llegará a su destino con todos los clientes, empleados y objetivos marcados. Lo más preocupante de su actitud no es la desidia en sus hechos, sino que un día ellos soñaron con ser líderes de este tren y han decidido dejarse llevar hasta donde los transporten, a pesar de que el destino que les aguarda no es de su agrado.
Y, mientras ocurre todo esto,
¿Qué piensan los clientes(padres) de esta situación?
Sencillo, la gran mayoría fijan sus miradas simplemente en las notas de esos otros clientes (los niños) mientras se despreocupan del aprendizaje emocional de sus hijos en la escuela; es más, mientras aprueben los niños es como si no existiera ningún problema. Los menos, actúan con la tranquilidad de saber que ellos han compartido lo que sienten sobre los problemas existentes, con el único objetivo de que el centro revise el tren donde están subidos y puedan tomar las mejores decisiones, siempre de una manera libre y respetuosa para todos los viajeros que viajan.
¿Qué pasará en toda historia?
Personalmente puedo afirmar que lo desconozco, no quiero poner en duda las buenas voluntades y confío en la profesionalidad y que el paso del tiempo ofrezca los resultados deseados.
Mientras salimos por la recepción de esta empresa, escuela, mis ojos se concentran en el eslogan utilizado para este ejercicio (curso escolar)… «Sin Máscaras». Miro a mi alrededor de nuevo y veo un escenario lleno de máscaras que ocultan la realidad del día a día. Sin esperarlo, mi mente se llena de esa música que acompaña a dicha actuación y escucho con cierta tristeza su realidad. Mi juguetona imaginación percibe como, una vez más, se pide e incluso se exige a los niños sinceridad y actitudes alejados de unas máscaras que ellos apenas portan y que la mayoría de los adultos llevan consigo cuando se colocan delante de ellos.
La puerta se cierra tras de mi y mis pensamientos no dejan de girar en torno a toda esta realidad. Al menos, yo escribo y comparto lo que pienso y siento Sin Máscara.
Adolfo López
Escritor&Coach