Necesitamos sentir la pertenencia a un grupo, pero no a uno cualquiera, sino al grupo que creemos que más brilla en un momento dado. Para ello, iniciamos nuestro propio protocolo mental de actuación, porque debemos ser confiables al resto para que se nos permita el acceso.

Así que, entre otras actividades, mostramos que fuimos de los primeros conocedores de grandes noticias y amargas tristezas, para continuar mostrando que no hubo transmisión de nuestros labios, en un intento de reivindicar nuestro asentamiento en la prudencia y discreción.

Trabajamos y trabajamos, sin otro objetivo que esperar a que se produzca la chispa que desencadena la llamada de teléfono que nos atrae a la gran fiesta, con invitación exclusiva e intransferible…

Y entonces…sólo entonces…somos felices…La satisfacción se asienta en nuestro corazón…Y descansamos…

Nos sentimos parte de algo mayor que nosotros mismos… Sin darnos cuenta de nuestra inversión de tiempo (ése que no vuelve) ni nuestro desgaste (ése que nos envejece)…con tal de estar en un lugar, a una hora determinada…

De un modo u otro, lo que suceda en esa fiesta nos hará madurar: si se elevó hasta nuestras expectativas, nos mostrará nuestra correcta decisión, el inicio de un nuevo círculo de actuación y nos reafirmará en nuestro sentido de elección; si no es así, la «incorrección» de nuestros actos nos enfrentará al hecho de que nos equivocamos -con mayor o menor frustración-, nos replanteará nuestras decisiones, y decidiremos qué hacer con ellas en un futuro.

SIEMPRE tenemos las experiencias con las que aprender…y seguir avanzando. SIEMPRE.

Maray

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos requeridos están marcados *

Publicar comentario