Cuenta la leyenda que las personas suspiran buscando ese extra de oxígeno que necesitan para poder continuar con ese acto, pensamiento o hecho que están viviendo. Un suspiro para dejar escapar un dolor que puedes estar sintiendo el cual te sirve para lograr liberarte de dicha carga, suspiro por la melancolía de un hermoso recuerdo que tú caprichoso cerebro te ha traído justo en este momento, suspiro para liberarte de esa emoción vivida por la pérdida o despedida de un ser querido para ti, suspiro por un amor que se aleja o nace ahora en tu corazón, suspiro por un sueño, una idea o un proyecto el cual, durante las últimas semanas, no deja de rondar tu digamos, caprichosa y a la misma vez traviesa cabecita.

Un día cualquiera, a una hora… que más da, tienes la oportunidad de hacer eso que muy pocas veces hacemos y que los «ilusos» llaman pensar. Y en ese momento, en esos pensamientos vez como se reúnen, sin haberlos invitado, todos esos suspiros que llevas meses expulsando de tu cuerpo. Observas como giran a tu alrededor sin ningún deseo de abandonarte y dejarte tranquilo, porque al sentirse libres de tus creencias y limitaciones, vez como regresan sin miedos ni ataduras, sin importarles el qué dirán. Y entonces surge esa pregunta, a veces un poco tonta…¿y ahora qué hago yo con tanto suspiro?

Esta misma pregunta fue la que me realice hace ya unos meses y, aunque pienses que logré encontrar una rápida respuesta a la misma, hoy puedo compartir contigo que no fue fácil ni rápida hallarla. Realmente, en ese momento, no sabía ¡qué hacer con mis suspiros! Al igual que he pensado en otros aspectos, me dediqué a recogerlos, uno a uno, y guardarlos en un frasco de cristal mientras pensaba que utilidad podía darle.

Una mañana calurosa de verano se me ocurrió una de esas cosas que solo los niños, un poco traviesos, pueden imaginar como idea. Me propuse coger cada uno de esos suspiros que tenía almacenados en mi bote de cristal y caminar hasta un lugar, cercano al lugar donde habito, donde existe un pozo sobre el gira un pasado real. Cuenta la historia que los antiguos lugareños lo usaban para almacenar la nieve que más tarde utilizaban para la conservación de los alimentos. Delante del pozo giré la tapa de mi bote de cristal y muy despacio fui cogiendo, uno a uno, cada uno de esos diez suspiros que había logrado capturar y guardar.

Pensé en arrojarlos al fondo del pozo, sin más, o dejarlos libres para que ellos decidieran… En ese momento, mientras los veía como se movían entre mis dedos, pensé en una nueva travesura, permitir caer en ese pozo sin aparente fondo. A cambio, me impuse una condición, cambiar cada suspiro por un deseo. De pronto me encontré con una doble dificultad, lanzar diez suspiros al pozo y encontrar diez deseos que imaginar para poder seguir jugando. Pensé que me estaba complicando mi propio juego y posiblemente sería más rápido si arrojara el bote de cristal al pozo, cerrado, para que una vez chocara contra el fondo, cada suspiro tomará su propia decisión de qué hacer.

Cerré los ojos y me dediqué a imaginar un nombre para cada deseo que surgiera desde el fondo del pozo. Necesitaba sentirlo real y vivo al mismo tiempo, quería un leal compañero, deseo, a mi lado. Sentado sobre el filo del pozo, llamado de las nieves, observaba como los suspiros se agitaban, unos girando sobre sí mismos, otros profundizando para volver a aparecer, los más juguetones se dejaban caer, con cierta pereza, para resurgir desde el fondo. De pronto, con una vitalidad llena de frescura nace el primero de los deseos con un color verde, natural, emanando sabiduría y bienestar. Lo contemplo mientras escojo un nombre… Victoria.

El segundo deseo nace con tal variedad de colores que parece recién pintado por un niño de corta edad, a esa imaginación con gran dosis de creatividad coloreada le pongo por nombre Alex. Al tercero le cuesta trabajo asomar a la superficie, viene cargado de una especie de barro que le dificulta iniciar su vuelo; con especial cariño lo liberó de esa carga y le asigno el nombre de Inmaculada. El cuarto se presenta ante mí con una rebeldía sin igual, no ceja de moverse en todas direcciones como si necesitara soltar todos esos suspiros que aún anidan en su interior. Presiento que su fuerte carisma nos va a aportar puntos de vista peliagudos y sarcásticos, los cuales nos llenarán de un sentido del humor, tan personal, que solo los seres inteligentemente dotados pueden desarrollar. Su nombre… Rafael.

Mientras los cuatros primeros deseos se mueven, cantan y festejan su presencia un quinto deseo se aproxima hasta mi con mucha timidez. Lleno de hermosura, humildad, sosiego y a la vez lleno de vida, al igual que un ciervo libre, salvaje y natural llamado Maray. El sexto deseo no quiere salir, se hace el remolón en el fondo del pozo porque piensa que no es igual de hermoso y vigoroso como sus compañeros. ¡Que equivocado está!, lo reclamo junto a mí con mucho amor y le pido que salga de esa oscuridad donde se encuentra tan bien para que juntos, me ayude a iluminar a este grupo del que ya forma parte. A este deseo le pongo por nombre Miguel Ángel.

El revuelo que están formando estos seis deseos me hace tener que poner un poco de orden en este momento tan especial para todos, pido unos momentos de silencio porque el séptimo deseo está surgiendo con un color y una sintonía sin igual. Este nuevo deseo viene lleno de un color naranja, desde el que nos comparte calor y cariño, al igual que si fuera una mezcla de sol y luna, esa chispa que solo algunas personas escogidas pueden dar para anunciar su aparición. Su nombre…Eva. El octavo deseo parece el más pícaro de todos, la apariencia me indica que nos va a aportar puntos de vista tan enriquecedores que no dudo en llamarle Julio, posiblemente, «el travieso».

Mientras recojo con mucho amor estos ocho deseos el noveno se aproxima de manera, especialmente, juguetona. Lleno de delicadeza y bajo un color rojo intenso veo aparecer un deseo lleno de sabiduría, preparado para compartir realidades y experiencias de vida tan profundos que no quisiera que este pozo se le pueda quedar pequeño. Desde esa vitalidad mi nombre escogido para ella es… Esperanza. Cuando estoy ya preparándome para partir de este hermoso lugar aparece el décimo deseo de manera, digamos, remolón. Lo primero que me llama la atención es el azul de su color así como su inconformismo, ha nacido el último y ya quiere ser protagonista del pozo. Un deseo así, tan aventurero, solo puede llevar por nombre Aaron.

Ahora sí, ahora estamos preparados para iniciar nuestra aventura. Un comienzo donde los suspiros se han transformado en deseos y donde busco que estos se conviertan en puntos de vista, reflexiones, aportaciones positivas y constructivas para toda persona que decida asomarse a nuestro pozo. Un pozo donde la música formará parte de cada una de nuestras palabras y donde las emociones y sentimientos siempre estarán presentes.

Adolfo López

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